domingo, 30 de julio de 2017

Andate nomas, Ricardo.

Clementina me miraba aun con ojos desorbitados. Si, me voy, repetí para ver si salia del lapsus. Me voy para no volver nunca mas. Acá no tengo nada, no soy nadie. Debo encontrar un lugar donde pueda existir como yo deseo. Mi propia existencia. Encontrar mi esencia. Ella seguía mirándome fijamente, con esos ojos de miel espesa que sabia mantener abiertos sin pestañear. No se movía. Observaba mis movimientos como quien mira una pintura en un museo, desde lejos. No se que mas queres que te diga. Quiero encontrarme a mi mismo. En esta casa no puedo respirar. Necesito salir al mundo, vivir. En eso la veo respirar hondo. Levanta los brazos por sobre su cabeza, entrelaza los dedos, contiene el aire encerrado en su estomago. La veo cerrar los ojos, brazos aun alzados, movilizar el cuello de izquierda a derecha, metódica. Deja caer ambas extremidades a la vez. Suelta el aire con fuerza. Abre los ojos lentamente. Su mirada ha cambiado. Seria. Casi, podría decirse, fastidiada. 
Mira Ricardo,dice muy lento, es la quinta vez que escucho todo este cantito existencial. Si queres irte, andate nomas. Me haces un favor. Estoy harta de juntar tus porquerías, harta de bancarme a tus amigos y el despelote que hacen. Si lo que queres es irte, andate de una vez. Lo único que te pido, por favor, es que le avises a mama donde vas a estar, así no me taladra la cabeza preguntándome por vos!


martes, 25 de julio de 2017

A verte.

La vi aquella tarde, como tantas otras tardes, como la había visto siempre. Hilarante, intensa, increíble. La vi de casualidad, porque no había ninguna razón creíble para que yo estuviera allí. Ninguna razón que justificara que un tipo como yo estuviera en un lugar como ese. Y es que lo mio nunca fue el arte, esos cuadros con dibujos que parecen hechos por un chico de 8 años y sin embargo valen fortunas. Lo mio es el deporte, el fútbol, las carreras, las peleas de box. Pero ella estaba ahí y yo quería verla, aunque sea de lejos. Con eso bastaba para calmarme la ansiedad. 
Que haces acá Rubén, me dijiste. No se, pasaba. Intente ocultar mi vergüenza cuando me preguntaste que opinaba de esa nueva obra de oleo sobre lienzo. Para mi eran manchas, para vos un símbolo divino. Muy colorido, opiné, muy ...muy colorido. No se si por compasión o por pena, me agarraste de la mano y me llevaste a otro salón. Esculturas. Gente desnuda. Por favor que no me pregunte lo que opino de ese buen hombre de mármol recostado en un tronco. No lo hiciste. Gracias. Al final del pasillo había un cafetin. Querías merendar. Cafe con leche y dos tostados. Ya sentados frente a frente aún tenias mi mano entre las tuyas. Tan cálidas. Tan suaves. Esa mirada tan honda y seria me ponía la piel de gallina. A que viniste Rubén. A verte.                                                                                     SONREÍSTE. 

sábado, 22 de julio de 2017

Leonora

Eran tiempos de guerras frías y turbulentas. Leonora viajaba de un pueblo al otro, escapándose de una vida que no le pertenecía. Había sido campesina, tejedora, costurera, cocinera y hasta carpintera, pero nada pudo hacer con su lenguaje. Ese sucio y rebelde lenguaje que le ocasionaba tantos problemas. Porque si Leonora tenia un defecto era el de no poder callarse la boca. Quizas si hubiera vivido en tiempos de posmodernidad hubiera podido aprovechar mas esa lengua suya con fines artísticos, vanguardistas. Pero en los tiernos años 40 ni las reminiscencias de la Francia libre podían esconderla de las sombras que ponían precio a su cabeza. Para colmo de males, se le fue a dar por enamorarse del hombre mas buscado de Europa. Un rebelde con causa que iba de acá para allá enardeciendo masas, enunciando las soluciones al fascismo, enalteciendo las ventajas del liberalismo. Todo muy romántico. Leonora y él se hicieron inseparables compañeros de lucha, de huidas, de revueltas. Ella tenia menos miedo que él, era el carisma, la belleza y el buen gusto del dúo explosivo. Él, por otro lado, poseía las armas.
Cierto es que un comportamiento tan errante y volátil no podía mas que durar solo un tiempo. El reloj pasa, los órganos envejecen y una mujer no puede darse a la rebeldía por siempre.  Morir por la patria es cosa de hombres, pensó. Y al fin se estableció en una pequeñísima casita de campo en un pequeñísimo pueblo de algún lugar de los Alpes, donde aguardo a que las guerras terminasen para poder plantar tulipanes en su jardín. O al menos eso fue lo que todo mundo creyó...

domingo, 16 de julio de 2017

Ella y Él

Soñó toda la vida con que la amara. Desde niña, vigilaba sus enormes sueños de grandeza a través del gran ventanal de piso a techo que partía al medio el salón comedor. Ella estaba donde debía estar, claro. Donde una pequeña niña, hija del gran marques debía estar. Justo al lado de la chimenea, en el diminuto banquillo de terciopelo rojo, de tamaño e incomodidad proporcional al oficio que allí tenia que llevar a cabo, el de aprender de memoria cada verso de cada libro de cada estante de las 4 inmensas bibliotecas que su padre poseía y que jamas había tocado. "Los libros son para que las jovencitas aprendan buena conversación y así mantengan entretenidos a jóvenes emprendedores", le decía. Y a causa de esas horrendas declaraciones de mediocridad, jamas lo había respetado.
Leía, sí, pero solo por el placer que le traía zambullirse en mundos tan extraordinarios, tan lejanos, tan distintos a esa enorme mansión, fría y solitaria, en la que solo vivían ellos dos, el mayordomo, el ama de llaves, el chofer y el jardinero, con su hijo pequeño. Leía, ademas, porque esa dedicada y respetable actividad la ubicaba justo donde quería estar, junto al gran ventanal del salón comedor, a través del cual lo veía a él, barriendo las hojas del jardín como si la vida se le fuera en ello, como si juntara no hojas, sino granadas, minas explosivas, tan de moda en aquellos años de grandes guerras. Ella lo amaba desde la tierna edad de los escarpines de charol y las faldas de tul, mucho antes de los bailes de sociedad y los incipidos tocados florales, algo después de haberse quedado sola con aquel marques de bigotes afilados hacia ambos lados de su puntiaguda nariz, luego de que su madre decidiera servir a la nación entera como enfermera de cuartel. Debe de haber sido una gran suerte que fuese a dar justo al cuartel de refugiados que presidia el muy apuesto y tan fuerte coronel que una vez había venido a cenar y le había regalado esa delicada flor de cristal que todabia reposa junto al espejo del tocador, al lado de los frascos de perfume y el rouge rosa que ahora, considerando su eventual llegada a la adultes, se le ha concedido usar. Lo había empezado a amar en aquel banquillo rojo y aun lo amaba, siempre a través del gran ventanal. Lo amaba sin saber como sonaba su voz, o a que olía su perfume ni que tan suaves eran sus manos. Lo amaba solo por lo que podía llegar a aprecia desde su puesto de vigilancia.  Sabia que él no querría hablar de libros cuando por fin conversaran, ni le interesaría escuchar largos coloquios sobre historia universal ni conciertos de piano ni le importaría que nunca hubiera aprendido a bordar. Solo querría abrazarla, besarla y llevarla muy lejos de aquel palacio de mármol y oscuridad, de tan extrema banalidad. Lo único que no sabia era cuando seria posible que todo eso ocurriera. Ni si lo seria jamas. Nariz apoyada en el cristal, respiración que empaña y ojos bien abiertos. Él se detiene un momento a limpiar el sudor de su frente. Pala apoyada en el hombro. Mameluco marrón. Sombrero gris. El reflejo del sol en el ventanal no le permite ver que hay mas allá. Enorme nube de tormenta. Sombra. Por fin puede verla. Ella levanta la mano para saludarlo. Tierna timidez de quien es descubierta observando. Él le devuelve el saludo. Austera timidez de quien se piensa fuera de lugar. Ella sonríe. Él sonríe.





lunes, 3 de julio de 2017

Adios, Jose


El sol entraba implacable por el ventanal del bar en el que nos habíamos citado. Era una tarde de invierno y temprano empezaba a anochecer. Nuestra mesa daba a la calle, frente a la plaza, a la feria, al grupo de turistas que compraba sombreros de fieltro y postales del obelisco. Desde la barra, madera tallada, pasteles en campanas, maquina registradora de bronce y sifón, se oía el dulce compás de un tango alegre, sin embargo enojado con la lagrima que corría por mi mejilla.
Ahí sentada, sola en el bar, con mi mejor vestido de domingo, te esperaba con paciencia cristiana a sabiendas de que andabas por ahí, por todos lados menos aquí.
No se de que me sorprendía, o como aun me quedaban lagrimas con tu nombre. Ya lo habías hecho antes. Ilusionarme con banales galanterías y luego preferir pasar la tarde de domingo por ahí y no aquí. ¡Si hasta el mozo me conoce, José!. De tanto que te he esperado me conoce. La dama plantada, de la lágrima helada y sombrero café. 
Que andarás haciendo, eso no lo se, pero mi alma se ha raído de congoja y de tanto que te pensé se me olvido tu cara y el sonido de tu voz.
Hasta aquí con este llanto José. Te cambio por un tango alegre, un pastel en campana, un adoquín que baila bajo el sol y un mozo amable que sabe mi nombre y me invita un café.
Hasta aquí José, ha llegado esta lagrima, que abandono mi tierna mejilla y estallo en el mantel.
Sabrá Dios que andabas por ahí y no aquí y por ello un buen mozo la luz del sol me señalo y con un bello tango hasta tu nombre me borro.
Adiós, José.