domingo, 27 de agosto de 2017

Indecision

Marianela se miro al espejo entero del placar por quinta vez esa noche. Iba y venia. Miraba el reloj. Se miraba a ella misma. Miraba el reloj. No se decidía. Penso en cambiarse de zapatos. Luego esos zapatos con otro pantalón. Luego con pollera. La blusa le marcaba mal el busto, pensó. Y esa pollera era demasiado larga para la ocasión. Quería causarle una buena impresión, de mujer respetable, pero la imagen de domingo en la iglesia tampoco era la adecuada. Era ridículo, pensó, dar tantas vueltas. Esteban ya la conocía. La había visto varias veces, en diferentes lugares, con distintos pantalones. Ya se debe haber dado cuenta de mis caderas, pensó, del rollito que se asoma por arriba del elástico de mi cintura. Volvió a mirar el reloj. Faltaba media hora. Probo otra combinación. Aun debía peinarse y maquillarse. Sentía que le transpiraba la espalda. Una gota densa y maldita le recorría la columna. Hacia varios años que no se sentía tan nerviosa. Aunque también hacía varios años que no salia en una cita. Todo esto, pensó, es culpa de Silvana, que me obligo a salir aquella noche con ella. La noche en la que finalmente Esteban se acerco a saludarla. La noche en que se dio cuenta que él la miraba desde la barra. Otro pantalón y mejor una camiseta. Veinte minutos. Otra vez al espejo. Peine, hebillas, spray, maquillaje, perfume. Cinco minutos. Espejo. Se mira con terror. Que carajo me puse. Rápido, otros zapatos y una cartera. Los hombres son impuntuales, pensó para calmarse. Pero Esteban solo se demoró unos elegantes minutos. Ring Ring. ¿Quien es?. Soy yo. Risas. Ya bajo. Espejo. Terror. Otra gota insolente que baja hasta el coxis. Ascensor. Espejo. Cierra los ojos y suspira. Puerta. Sonrisas tímidas a ambos lados del cristal. Hola Esteban. Hola, estas hermosa. Sonrisa. 

domingo, 20 de agosto de 2017

Un hermoso río, un tremendo lío

Ahí estaba ella. Parada como si nada en la esquina opuesta del patio. Con ese vaso de agua con limón que le habían preparado exclusivamente a ella, que se le calentaba en la mano, que le chorreaba, le congelaba los dedos. Parada en la sombra. Al resguardo su piel de porcelana. Escondida, escudada atrás de esos anteojos de sol de estrella, de diva hollywoodense. La pierna derecha ligeramente adelantada a la izquierda, algo flexionada, haciéndose lugar por entre los malvones de mi tía. Esa pose, esa maldita pose que siempre odie. Con o sin los brazos en jarra, era la pose. Su pose. Despreocupada, ligera, brillante. Tan hermosa estaba con ese vestido liviano que se volaba apenas con el viento. Llevaba el peinado impecable pero iba descalza. Siempre se descalzaba en el pasto. Decía que así se conectaba con la tierra. Yo siempre pensé que lo hacia para llamar la atención. Para que le preguntemos que hacia descalza. Después de todo, no era común descalzarse en casa ajena. Sin embargo Olivia era todo menos común. Era todo un personaje, una chica "Woody Alen". Medianoche en París y caminar bajo la lluvia. Era un misterio, un submarino soviético sumergido a 20 mil leguas. Olivia era "un hermoso río, un tremendo lío". Y ahí estaba, parada como si nada, frente a mi, en el patio de la casa de mi tía. Llevaba un rato observándola. La había visto darle a mi tía un ramo de flores silvestres de su jardín como regalo de cumpleaños. La había visto agradecer el vaso de agua con limón. La había visto descalzarse. Pararse entre los malvones. Hacer la pose. Y ahora ustedes me preguntaran, porque sabia yo todo esto, porque la observaba como poseso, porque, porque. Y es que yo a Olivia la había amado toda mi vida. En silencio. Y lo seguiría haciendo...por mucho tiempo mas.

lunes, 14 de agosto de 2017

Eramos tan pobres, Marisol

Eramos tan pobres Marisol.
Tan pero tan pobres eramos,  que tu abrazo no alcanzaba a cubrir mi espalda.
Tu boca temblaba de miedo si la mia se acercaba.
Tus dedos, tan dulces, tan ligeros, tan helados, levitaban sobre mi cabeza imitando una caricia que no llego a existir.
Tan pobres eramos, Marisol, que tu nombre en mis labios no llevo jamas diminutivo, ni merecio cancion.

Te queria, si, tanto te queria que espere mil noches, con sus mil estrellas y sus silencios. 
Espere a que me amaras para poder amarte como yo sabia que podia. 
Amarte hasta que la tierra se hiciera paraiso y las manzanas fueran flor.

Pero no lo hiciste, Marisol. No volviste jamas a mirarme con esos ojos tuyos, tan grices, congelados.
No volviste. 
Tan pobres eramos, Marisol.

sábado, 12 de agosto de 2017

Como quien ve llover


Eugenia se empezó a sentar, 5 minutos antes, en su sillón favorito, frente a la chimenea del living. Usualmente, la tarea le tomaba entre 5 y 7 minutos, contando desde el primer ademan que hacia, de acercarse a la chimenea y revisar las cenizas, hasta que por fin se encontraba totalmente sentada. Si llegaba a distraerla alguna pelusita volando en el aire, podía demorar mas. Todo era una cuestión de tiempo. Desde el que se tomaba para despertarse en las mañanas, hasta el que le suponía prepararse el ultimo té de la tarde. A su edad, casi 100 inviernos, con todas sus noches y sus luvias, el tiempo se contaba relativo al procedimiento de cada tarea. Con todo esto, Eugenia siempre había sido una mujer al extremo metódica. Para ella, cada acción nunca había sido mas que una sucecion de movimientos meticulosos, calculados, inquietamente premeditados. Nunca se rodeaba de nada que no le fuera imprescindible. Nunca desperdiciaba esfuerzos en acciones infructuosas. ¿Para que?, se preguntaba, la vida es muy corta. 
Contrario a todo lo que llevo dicho, había un solo momento en que Eugenia dejaba de actuar como un perfecto enjambre de tuercas, un solo hecho que la hacia perder registro del tiempo, que la transportaba mas allá de lo que nadie pueda imaginar. Eugenia se petrificaba ante el maravilloso espectáculo de la lluvia. 
Ahora que se había terminado de acomodar en su sillón de felpa turquesa, que había girado su suave y redondo cuerpo hacia la ventana abierta a su derecha, que se había sacado los anteojos redondos de fino marco dorado y los había dejado en la mesita baja que tiene a su izquierda, ahora que había reposado su cabeza en el respaldo y había cerrado sus hermosos ojos color miel, Eugenia respira hondo. Inhalaciones largas, tan largas como admite su pecho. Espiraciones cortas, tratando de contener el aire tanto como sea posible. Como quien ve llover, respira sintiendo el aroma inconfundible de la tierra mojada, del ambiente refrescándose, alivianandose. La lluvia es la única magia que conserva este bendito mundo, decía, la única capaz de lavar todos los males, la tristeza, el rencor, el dolor, el universo dándole a los mortales la posibilidad de empezar de cero. 
Eugenia sentía en el centro de sus entrañas que esta era su ultima lluvia. Lo sabia y estaba de acuerdo. Ya había visto demasiadas tormentas, suficientes relámpagos. Decidió que la aprovecharía lo mas que pudiera. Comenzó el proceso de levantarse del sillón. Dejo los anteojos en la mesita. No los necesitaba a donde iba. Metió ambos pies en sendas pantuflas de felpa negra y se encamino a paso lento y seguro hacia la puerta que daba al patio trasero. La abrió despacio. Bajo los dos escalones hasta encontrarse caminando por el pasto. Fue derecho a sentarse en el cantero de los malvones rojos. Apoyo la espalda en la pared de ladrillos, helada. Volvió a cerrar los ojos y dejo que las gotas resbalaran sobre todo su cuerpo, revotando con violencia hacia el cantero, el pasto y el malvon. La dejo ser.





martes, 8 de agosto de 2017

Nuestro Loco


Era como si el tiempo no hubiera pasado en absoluto. Como si se hubiera detenido, frenado, estático, congelado. Recorrí las calles de tierra a paso lento, detenido, prestando atención a cada detalle, a cada aroma, color. Haciendo un conteo a grandes rasgos, diría que cada piedra de cada cantero estaban en su lugar. También los arboles, las plantas, los cestos de basura y los postes de luz. Sobrevivían los perros callejeros y los locos. En todo pueblo pequeño hay una manada de perros y un loco. El nuestro era inofensivo, ocurrente, inteligente. Nunca supe que había sido de su vida antes de volverse loco, de creer a fe ciega en las grandes conspiraciones espaciales y la revelion de las estrellas. En mas de una ocasión logre percibir comentarios sagaces, afirmaciones que daban a entender que aun en algún lugar de esa cabecita había un conciente. Solía cargar libros que iba repartiendo. Tenia decidido de antemano a quien y porque. Era un loco cuerdo. Salvo que el tiempo se lo trago. Lo mastico. Lo deshizo en sus ramas y no lo devolvió. Nadie sabe donde esta el loco. Hace mucho que no se lo ve. Nunca supieron, supimos, donde vivía. Ahora, nadie lo busca. 

miércoles, 2 de agosto de 2017

Yo le dije a Beto.

Hacia mas de 20 años que no la veia. Me sorprendi., que queres que te diga. Fue muy fuerte verla. No esperaba encontrarme con ella aca, en el barrio. Yo me acordaba de como era en el colegio. Las dos teniamos aparatos en los dientes, anteojos de colores y trenzas muy largas. Nos llevabamos bien, ojo, era buena chica. La mama me queria mucho a mi, doña Elba, porque yo la ayudaba a Yani con la tarea de matematica. Nos hacia la merienda y siempre ponia galletitas de membrillo que eran las que me gustaban a mi. Pobre doña Elba, que en paz descance. Y Yani, bueno, no era muy buena alumna, le gustaba charlar viste. La cambiaban de banco y no paraba. Pero bueno, yo la queria. Claro, hasta que se metio con Beto, que me gustaba a mi. Betito, un amor era de chico, siempre atento, amable. A mama le llevaba las bolsas porque hacia changas en el almacen de don Jorge. Y Yani sabia que me gustaba, y no le importo nada, no le temblo el pulso cuando lo invito a bailar con ella en el asalto. Esa noche yo estaba ahi, sabes, y no le importo nada. Bailo con el y despues la acompaño a la casa. Yo volvi sola, como un perro. Nunca mas le diriji la palabra, porque ella sabia que Beto me gustaba. Pobre Beto, ahora se quedo solo en ese caseron, la Yani se mando mudar, sabias?. Yo le dije, te va a ir mal con esa. Porque ella sabia. No te va a tratar bien. Vas a ver, le dije. Y mira, ahi lo tenes, solo en el caseron. Y ella, con ese vestidito tan cortito que se le ve el alma. Pobrecita. Asi se pasea por el barrio, como si nadie la viera. Y yo le dije, te van a llevar presa Yanina, con ese trapito que te pones, no es de señora viste. Y Beto la ve pasearse asi y no le dice nada, imaginate. Un escandalo, porque viste, la gente es muy mala, muy envidiosa y todo eso, hablan por hablar. Pobre Yani. Y bueno, yo le dije a Beto, te va a ir mal con esa...